APRENDÍ A QUERERME

Era tan simple como

girar cuadros y volcar el tiempo,

dejar de mirarle a los ojos,

para verme en el espejo.

Entonces, aprendí a quererme,

aunque nadie me quisiera.

Empecé a tenerme más en cuenta,

a tomarme más en serio,

a quererme tal y como era.

Algún día vendrás a recoger lo que hoy sigue siendo tuyo,

ten en cuenta, y por seguro que ya no estaré.

Si vienes para dirigirme la palabra,

deberías saber que no mereces que te escuche.

He inundado el baño con mis llantos,

ahogándome a conciencia en la bañera

de las dudas que me dejas.

He paseado descalza,

y borrado tus huellas,

perdiendo con la vista tu existencia.

Así lo esperábamos,

lo vivido queda resumido en

dos segundos, y tres intentos.

Dejé de creerte,

de creerme

las excusas artificiosas que inventas.

Apagaré todas las luces,

aunque no supere esta ceguera la de entonces.

Tú,

que eras el amor pasional,

y yo,

la frialdad emocional.

Que nos juntamos por instinto,

y nos separamos al instante.

Y es tan triste como cierto

que no se borrará del todo este recuerdo,

que cuando te vea alegre por las calles

    el subconsciente volverá a desafiarme.

Yo, inquieta y con motivo,

busco y rebusco en cajones escondidos.

¿Para qué?, me pregunto.

Para remover historias que ahí quedaron,

porque están ahí para que alguien las cuente,

para que se escriban o se interpreten.

¿Y quién irá a por ellas?

Dime, ¿quién irá al rescate?

¿Tú, qué no me encuentras aun teniéndome delante?

Ana Martínez

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